miércoles, 11 de noviembre de 2015

De la espiritualidad y la liberación animal

En 1997, Barry Horne fue condenado por la corte de Bristol a 18 años de cárcel, acusado de varios incendios, la condena más fuerte a un activista por la Liberación Animal; con daños de más de 33 millones de libras.  Murió a causa de una falla al hígado en el hospital Ronkswood, Worcester el 5 noviembre de 2001, después de protagonizar 4 huelgas de hambre, la penúltima fue la más larga, duro 68 días. Es por eso, que con la última huelga su cuerpo no resistió más los estragos. Horne participo en varias actividades por la liberación animal, comenzó con las protestas organizadas por grupos de derechos de los animales de Inglaterra afuera de centros de vivisección, en sus inicios participo en el sabotaje de la caza, y en entregar volantes informativos. Sus manos inquietas, lo llevaron en poco tiempo a realizar acciones directas, encontrando en ellas una respuesta inmediata a la LIBERACIÓN ANIMAL que se voceaba en las marchas.

Hoy recordamos a Barry Horne, quien es luz en nuestro camino. Su, intensa y comprometida lucha, nos guía con sabiduría, y nos carga de fuerzas. Y si tuviéramos que describir a Horne, sería con las palabras: AMOR, JUSTICIA Y PERSEVERANCIA. El movimiento por la liberación animal, es una serie de sucesos que en conjunto generan una revolución y agitación de consciencias. El derecho animal, es una postura radical de izquierda, que no sol supone un discurso agresivo en relación al enemigo, sino asumir de manera directa por parte de sus militantes dicha revolución. Eso nos diferencia de las demás luchas. La Liberación Animal implica trasgredir los conceptos de “especie”, reconstruirlos y provocar grandes cuestionamientos hacía la condición humana. Implica, pensar más allá del género, la etnia y la clase.

Acaso, esa revolución de consciencia radical interna, y la manera tan distinta de pensar al otro, no supone por sí misma, un camino espiritual. Re-invindicar nuestra animalidad, conectarnos con la Gran Madre Cósmica sintiendo el mandato colectivo de ser defensores de la Madre Tierra, y de nuestros hermanos los demás animales. Recordemos a Rod Coronado, activista por la liberación animal e indígena nativo-americano, primer preso político por la liberación animal de EEUU; a Jill Phips, activista por la liberación animal de Inglaterra, quien fue atropellada al hacer desobediencia civil, y pararse inclaudicable al frente de un camión que transportaba terneros. Estás historias, no solo sirven para inspirar al movimiento, sino para generar grandes reflexiones en relación a qué procesos internos-espirituales atravesaban en esos instantes. Creemos, firmemente, que todas esas acciones por la defensa de los demás animales estaban cargadas, por un/a solo/a activista, de una fuerza espiritual potentísima, mayor mucho mayor a toda la fuerza represiva de la policía y a los dispositivos del estado usados para reprimir las insurrecciones populares.

Qué puede llevar a un animal-humano a estar dispuesto a morir por sus ideales, a soportar huelgas de hambres sobre-humanas de más de 68 días ? Qué lleva a una activista a no moverse del camino cuando un camión está a punto de atropellarla ?

Los antiguos sabios orientales, vivían en comunión con la Madre Tierra. De esta simbiosis con la Naturaleza surgen algunas disciplinas como Kung-Fu, el Tai-Chi y el yoga. Los maestros, principalmente, los antiguos Yogis, observaban a los demás animales, sus posturas, sus virtudes y cualidades; observaban a los árboles y las plantas; el poder creador del Sol, el poder sanador y abrigador de la Luna; la capacidad de limpiar del viento. Y en virtud de todo el conocimiento de la observación de la Naturaleza, se crearon, sistemas espirituales cuyo propósito es la devoción hacía la vida, y el crecimiento integral desde la integración de la animalidad. La respuesta, y el sentido de la vida de los/as activistas, cuyas historias mencionamos previamente, y quienes son guías para nuestro camino se configuran y construyen por el intenso amor y devoción hacia la vida.

El movimiento por la liberación animal, transgrede pensar al otro más allá de la especie; pero a pesar de ser defensores, incansables, de otros animales y de, discursivamente, re-invindicar la animalidad, terminamos dislocados, separados y peleados dentro de nuestros hermanos/as de lucha reproduciendo los mismos esquemas de la “humanidad” que rechazamos. Nuestros egos, aquel construcción social del yo, oculta al ser divino que hay dentro de cada activista, oculta al animal libre y salvaje que llevamos todos y todas. Juzgamos sin tiempo; criticamos, no con el ánimo de generar reflexión y crecer juntos/as en el debate respetuoso y creativo, sino para exaltar el ego. Para re-afirmar al yo, desde juzgar al otro, pensando que la manera en la que hemos elegido luchar es el único camino, ya sea el: reformismo, el abolicionismo o el rescatismo. Somos animales, tan diversos y complejos, y pretendemos que nuestra lucha tenga un único cauce, deslegitimamos a quienes adoptan una postura pacifista, criticamos a quienes adoptan un pastura más radical. Y ni que hablar sobre el “veganometro” o los/las veganazis, a veces parece que el afán de juzgar, devela un fuerte juzgamiento interno, una no aceptación ni amor propio. Totalmente alejados de las virtudes y cualidades de nuestros hermanos, los demás animales.

La biofilía (amor a la vida) es nuestra guía, los demás animales son nuestra vida, y nuestra causa su liberación. Aprendamos de su capacidad de amar, los no-humanos están más allá del odio. Muchas/os activistas del movimiento, se cuestionan: Cómo puedo ser feliz o estar en paz conmigo mismo dado que soy consciente del holocausto animal y de la guerra a nivel planetario que estamos librando ? La respuesta más sabía que hemos encontrado es la de los monjes buddhistas del Tibet. Con la “revolución” maoísta, se invadió gran parte del Tibet, aniquilando miles de retiros y centros espirituales; los yoguis del Tíbet siempre estuvieron expuestos a un trajinar diario. De hecho, a esa realidad sombría se atribuye el proceso creativo y luminoso que luego develo en un espacio de crecimiento espiritual y de consciencia. Un yogui preso por el régimen de Mao que estuvo capturado por más de dieciocho años dijo: “Lo que más temía en la prisión no era la muerte ni el encierro, sino el dejar de tener compasión por mis captores”. En la medida en la que nos coopte el odio, habremos perdido, esa es la energía que les moviliza a nuestros enemigos de clase y de especie. A nosotros/as nos moviliza el amor. Es por eso tan necesario el crecimiento espiritual y la paz interior, mientras más libres y serenos estemos con más potencia podremos luchar sin claudicar, mientras todo lo que hagamos sea en devoción a la vida de los animales, jamás nos cansaremos. El activismo es un camino que no se elige, y se vive con gozo y asombro. Que nuestra venganza sea la irreverente alegría.
Para explicar, la necesidad de liberarnos a nosotros/as mismos, buscando la serenidad en el camino de lucha, planteamos las siguientes analogías. El/la guerrero/a de cualquier arte marcial, cuyos fines sean espirituales: Kung-fu, Tai Chi estilo Yang; Karate, Box-tailandes sabe que tiene que mantener la calma y la serenidad para vencer a su oponente; se enseña en estas disciplinas que cuando te invade la ira, tu mente se oscurece y no te permite actuar sabiamente. De hecho, el Judo, plantea, desde el proverbio asiático: “Vencete y vencerás”, la necesidad de liberarse para liberar. El otro ejemplo, es la errada posición que puede asumir un médico: Cómo puedo estar tan tranquilo si tengo en mis brazos la vida mi paciente ? Es lógico asumir que el/la médico/a necesita la tranquilidad para ejecutar con sabiduría cualquier acción.

Para entender, la animalidad, es preciso que el Movimiento por la Liberación Animal, entienda esta lucha como un camino espiritual (de unión con la totalidad). La liberación animal, empieza por nosotros/as mismos/as; comenzar por emanciparnos de los condicionamientos culturales, de los valores capitalistas, del ego, de todo aquellos que nos acerca más a la deplorable condición humana, alejarnos de todo aquello, que termina, por reproducir aquello que criticamos. La filosofía de los derechos de los animales, principalmente, es eso: entender que somos seres universales que estamos íntimamente conectados/as con todo. Ya plantearon esto los antiguos Yoguis y la psicología perenne. Todos/as somos uno, y uno somos todos. Cada ser en este mundo (planta, animal humano o no humano) es un dios interior; contiene a toda la infinitud del cosmos, del mismo modo que el cosmos lo contiene a él/élla. Entender la eco-dependencia e interdependencia, expandir nuestro circulo de la moralidad no bastará en la medida en la que sigamos comportándonos como “humanos”. Amemos más como los perros, perdonemos más como los cerdos, seamos más felices como las vacas, alumbremos más con nuestra luz interna como el sol, limpiemos y sanemos como el agua y el viento, abracemos maternalmente a nuestros/as hermanos/as de lucha como la luna. Volvámonos a la Tierra. Conectémonos de nuevo con los valores y leyes naturales. Lo que más potencializará y consolidara al movimiento es que cada activista, por el camino que sea, se libere a sí mismo de sus ataduras mentales.




            La lucha no es por nosotros, no es por nuestros caprichos o necesidades personales. Es por todo animal que alguna vez ha sufrido y muerto en un laboratorio de vivisección, y por todos aquellos animales que sufrirán y morirán en las mismas circunstancias a no ser que detengamos este cruel negocio ya. Las almas de los muertos torturados lloran pidiendo justicia, los que están vivos lloran pidiendo libertad. Podemos hacer esa justicia y proporcionarles esa libertad. Los demás animales solo nos tienen a nosotros, no les fallaremos”  Barry, septiembre de 1998.

                                                                                                             Juan José Ponce, ADLA


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