Todos/as
quienes conformamos ADLA manifestamos nuestra, evidente, oposición a la
tauromafía, y a cualquier espectáculo que suponga legitimar el status de los
animales no humanos como propiedad: circos, zoos, peleas de perros y de gallos.
Por más grave o sutil que este espectáculo sea. Expresamos nuestra radical
oposición a esta práctica aberrante desde un análisis multimodal, leída desde
la cosmovisión indígena, el anti-colonialismo, el anti-especismo, y los
derechos de los/las niños/as y adolescentes
Antes de la invasión
europea, las lógicas de relación humano-animal-naturaleza eran muy distintas.
La cosmovisión indígena, principalmente, de nuestros pueblos originarios
pre-incaicos, los Quitus, pensaban a la Madre Tierra como la Gran Madre
Protectora. Ellos la llamaban Mama Toa, desde una visión eco/centrista sentían
un profundo respeto por todos los seres que habitaban en ella. Hermanos y
hermanas, todos/as hijos/as de la misma Madre. Conocido como animismo, la
espiritualidad de nuestros/as ancestros/as giraba en torno a la conexión con la
divinidad y el alma de todos los seres sintientes sobre la Tierra: plantas,
animales humanos y no humanos. Nuestro legado ancestral, ha dejado una huella
filogenética de amor, respeto y conexión con nuestros hermanos, los animales
no-humanos. Sin embargo, con la invasión colonial; además del violento
aniquilamiento cultural, el genocidio y biocidio de nuestros pueblos y el
sincretismo religioso que este impacto civilizatorio produjo, también trajo
consigo una relación, totalmente, distinta a la de nuestros ancestros con su
hogar, la Naturaleza. La lógica eurocentrista pensaba a la naturaleza como una
bestia a la cual había que domarla para sacar todo el provecho posible.
Sostenido, en un paradigma antro-pocentrista judeo-cristiano, el hombre (no la
mujer, ella también es relegada al status de bestia y de “animal”) se posiciona
por encima de la naturaleza y de los demás animales. En ese contexto, de
violencia cultural, se impone una “tradición” ibérica: las corridas de toros a
nuestro pueblos andinos que otrora habían respetado, y de hecho sentido el
mandato cósmico de ser defensores de la Madre Tierra y de sus pueblos.
Lastimosamente, el mestizaje que supuso una vaga identidad latino-americana y
el profundo sentimiento de inferioridad en relación al otro-europeo, hizo que
se integré en el imaginario cultural del pueblo ecuatoriano, esta tradición
como propia, develando el arribismo clasista. El mestizo, odiando su pasado
indígena-originario, jugando a ser europeo, imitando lo europeo. Es por este
segundo punto, que también rechazamos las corridas de toros, por ser una
representación simbólica de la violencia física, estructural y el
aniquilamiento identitario que sufrieron nuestros pueblos originarios por la
falla epistemológica, conocida como: eurocentrismo.
Nos
hemos manifestado en contra de la tauromafía por ser violento a nivel cultural
con nuestros pueblos originarios. Pero, qué hay de la vida, y opinión del toro
? Los/as tauropatas utilizan una serie de excusas amparadas en distorsiones
cognitivas, un marcado distanciamiento emocional, y rasgos sociópatas que en un
siguiente artículo analizaremos a
profundidad, una de las principales es: la libertad individual. Respeta mi
“derecho” a asistir a las corridas dicen, el que no quiere que no vaya !
Vociferan con desconocimiento, y estupidez los enfermos mentales. Esa premisa,
no es falaz por sí misma, de hecho tiene sentido. El problema, es que esta
dicha desde una lógica especista. Es decir, se está asignando mayor valor a los
intereses tan superficiales de los/as tauropatas como es: la diversión, la
“tradición”, el “arte” y la “cultura” a intereses tan profundos como es la
vida, el deseo de sentir placer y alejarse del dolor que siente el toro. Se
relega su opinión a un sub-plano, el toro no quiere ser perturbado en lo más
mínimo, del mismo modo que ningún ser lo quiere, él no quiere asistir a un
espectáculo de tortura y muerte al que no le han invitado. Se está violentando
el principio de igualdad, que plantea que en la medida en la que un ser es
capaz de sentir, se debe, respetar sus derechos básicos e inherentes a una vida
sin sufrimiento; por lo tanto asignar consideraciones morales. Cuando se viola
este principio con excusas como la “tradición”, y sobre todo por el hecho de
que el toro no pertenece a la especie privilegiada: animal-humano, se cae en un
prejuicio llamado especismo. Para aclarar este tema, nos preguntamos: se
utilizarán las mismas excusas para torturar a un/a niño/a ? La respuesta de la
mayoría de personas sería que NO, ninguna excusa es válida a la hora de violentar
a alguien. Pero, porqué sí lo es, cuando el ser violentado no pertenece a la
especie humana ? Traspolando los argumentos taurinos bajo una lógica anti-especista
serían: respeten mi derecho a ver torturar a un/a niño/a, el que no quiere ir
que no vaya; si dejamos de torturar a los/as niños/as tendremos que dejar de
criarlos, y se extinguirán; es una tradición que, históricamente, ha sido
identidad de nuestra cultura, respeten que tradicionalmente se torture a
los/las niños/as como muestra de arte; si no conocen la cultura de tortura a
los/las niños/as no critiquen, primero infórmense; muchas personas se quedaran
sin trabajo si dejamos de violar niños/as. Suena ridículo, cierto ? Es por eso,
que rechazamos la corridas de toros, porque del mismo modo que no hay
justificación para torturar a un/a niño/a no lo hay para torturar a un toro:
los dos seres son mamíferos (el/la niño/a y el toro) por lo tanto tienen un
sistema nervioso central que les permite sentir dolor, emociones básicas que
les permite sentir miedo, angustia y pánico; y los dos tienen consciencia. La
única diferencia es que el toro nació toro, y no niño o niña.
La
tauromafía no solo afecta, directamente, a la vida del toro, sino también al
equilibrio psíquico de los/las niños/as. Es por eso que, el conocimiento
científico sobre los riesgos de exponer a niños al maltrato animal y la
creciente sensibilidad social sobre la necesidad de proteger al menor de edad
de la violencia hacia animales, especialmente aquella que es cometida o
aplaudida delante de los niños por sus referentes adultos, ha favorecido que,
en la última década, muchos gobiernos hayan dado pasos para aprobar o reforzar
medidas legislativas relativas a la protección del niño frente a la violencia contra
los animales que se da en determinados espectáculos. La Organización para las
Naciones Unidas (ONU), a través del Comité de los Derechos del Niño, órgano
integrado por 18 expertos de varios países, se ha pronunciado de forma expresa
en contra de que los niños, niñas y adolescentes participen o asistan a
corridas de toros y otros eventos tauromáquicos. Estas observaciones del Comité
fueron dirigidas a Portugal (05/02/2014) y a Colombia (04/02/2015), tras el
examen del informe presentado por estos países para dar cuenta de las medidas
adoptadas para proteger a la infancia en virtud de la Convención de los
Derechos del Niño. En sus observaciones finales, la ONU insta además a que
estos países emprendan campañas para informar sobre “la violencia física y mental
asociada a la tauromaquia y su impacto en los niños”. En marzo de 2015, la
organización Amnistía Internacional, movimiento global presente en más de 150
países y cuyo objetivo es
realizar labores de investigación, así como
emprender acciones para impedir abusos contra los derechos humanos,
publicó, desde su sede en Portugal, un comunicado instando al gobierno de este
país a respetar la Convención de los Derechos del Niño y la obligación de
frenar la presencia y participación de menores en eventos de tauromaquia en
Portugal.
A
continuación, explicaremos un, breve pero contundente análisis psicológico del
porqué exponer a los/las niños/as ha espectáculos violentos, es una agresión
directa y vulnerabilidad a los derechos del niño. Un/a niño/a tiene valores
inherentes a la condición humana: compasión, no violencia, amor y relación con
el otro, y empatía. Todos estos valores son adaptativos para generar vínculos,
y mediante una red de apoyo social lograr un desarrollo socio-emocionalmente
estable. Pero, cuando un/a niño/a esta expuesto en su entorno a un ambiente
violento en donde se valida y refuerza ciertas actitudes y comportamientos que
van en contra de estos valores. El/la niño/a sufre una suerte de disonancia
cognitiva lo cual devela en un conflicto intra-psíquico entre lo que el/la
niño/a, naturalmente, siente (respeto y amor a la vida), y lo que sus padres le
muestran (tortura y asesinato enmascarado en cultura). En ese momento, el/la
niño/a tiene que integrar los valores familiares para resolver el conflicto.
Por lo que, en ese instante se ha naturalizado en él, la violencia. Extirpando
su capacidad de empatía y compasión. Sus padres negligentes, mediante la
exposición gradual y reforzamiento constante a la violencia, han producido un
distanciamiento emocional (adaptativo como ya se mencionó) entre el/la niño y
el animal torturado. Posteriormente, analizaremos los criterios diagnósticos
del trastorno de personalidad anti-social con la tauropatía, y veremos cómo
encaja dentro de este trastorno.
Discursivamente, el
tauropata dice “me gustan los toros”, del mismo modo que el pedófilo dice amar
a la víctima que viola. Esa relación patológica en dónde el perpetrador dice
amar a su víctima cuando realmente la tortura y lastima devela el carácter irracional
del tauricida. A propósito de la tauromafía o psicopatía adquirida, planteo
esta analogía por que los síntomas que presenta el taurino son similares a los
de un sociópata: no muestran remordimiento ni culpa, anestesia emocional frente
a la víctima (en este caso el toro), des-individualizan o cosifican a la víctima.
No asumen su responsabilidad, los asesinos seriales o particularmente los pedófilos
plantean su difusión de responsabilidad alegando que la víctima se lo buscó. En
paralelo, los tauropatas plantean que dado que el toro es bravo es legítimo y
de hecho es un honor para el toro ser torturado.
Juan José Ponce, ADLA
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