Se acercan fiestas de Quito y no solo vuelven las
borracheras, la violencia, la delincuencia, la alegría y el vaporoso
sentimiento patriótico y tradicionalista que durante escasos días se viste de
rojo y azul mientras que el resto del año permanece silenciosa y
conservadoramente vestido de marrón. Este año, 2015, vuelve además la fiesta “brava”,
así es señores, vuelve el colmo de la aberración humana, la manifestación de
mayor estupidez, cobardía e inmadurez de nuestra pobre y triste especie.
¿Pero qué pasó? ¿Y la pregunta 8? ¿No que estaba
prohibido eso en Quito? ¿No que ya habíamos logrado la abolición? Pues, la
respuesta es en absoluto. La tortura y la muerte se siguen imponiendo de forma
indiscriminada a los animales no humanos no solo en Quito, sino en todo el
país.
Al decir verdad esto es un episodio bastante
vergonzoso en la historia del movimiento animalista del Ecuador y de este lado
de América, bastante vergonzoso y además doloroso por las implicaciones para
los toros y para los demás animales que son víctimas de violencia en este tipo
de espectáculos. Para resumir, digamos que la pregunta 8 fue diseñada para, de
manera engañosa, excluir de la consulta a un amplio espectro de prácticas de
maltrato, tortura y asesinato animal y
de esa manera permitir que se sigan realizando a pesar del resultado de la
consulta. “Espectáculo en el que se dé la muerte del animal” no solo excluye
todos los espectáculos en los que no se asesine al animal agredido, sino que
excluye los espectáculos en los que la muerte del animal es ocasionada
indirectamente por el espectáculo, aunque no forme parte de él como el caso del
toro que no es asesinado en el ruedo pero que de todas formas muere en los
chiqueros después de la corrida.
Después de esto, el colectivo Diabluma continuó
los esfuerzos para lograr la abolición total de la masacre de toros en Quito a
través de los mecanismos que ofrece el Estado, la constitución y las leyes del
Ecuador y haciendo uso de la supuesta democracia directa que el actual régimen
puso a disposición del pueblo impulsando la “Iniciativa Legislativa Popular Antitaurina”.
La historia ha continuado así, con avances y retrocesos en el proceso, con
negligencias y acciones de mala fe por parte de los miembros del concejo
metropolitano, y etc. La pregunta que
importa aquí es: si aún no ha ocurrido la abolición de las corridas de toros y
de otras formas de violencia especista enmascaradas como arte, cultura,
tradición, deporte o entretenimiento ¿qué pasó con el movimiento antitaurino?
Creo que está pregunta tiene que ver mucho con
otras dos preguntas importantes: ¿es posible la abolición de una forma de
explotación y dominación a través de los medios que, históricamente, han
servido para posibilitarla y facilitarla? Y ¿es posible la política desde abajo
a través de los medios que ofrece el Estado y a través de las formas de
organización de la vida que este impulsa? La primera pregunta intenta demarcar una
preocupación en torno a los alcances de ciertos tipos de lucha autoproclamada
“abolicionista” mientras que la segunda hace lo mismo respecto a lo que sucede
con las apuestas de cambio y transformación de la sociedad que desde ámbitos no
institucionales interpelan a la institucionalidad. Se trata primero de una
pregunta sobre el carácter del Estado y luego de una pregunta sobre el carácter
de los actores “populares”.
El movimiento anti-taurino se caracterizó desde
sus inicios en el Ecuador por ser un magnífico aglutinador de diversos sectores
que no compartían entre sí mayor cosa aparte de cierta afinidad con el
progresismo del actual gobierno ecuatoriano y de otros gobiernos denominados
como “gobiernos progresistas latinoamericanos”. Estos regímenes que empezaron a
ofrecer cabida y apoyo desde su discursividad y sus dispositivos jurídicos
deslumbraron mucho a cierto sector de la clase media que fue seducido por esta
estrategia de “bautismo” del gobierno en las aguas de la juventud y el
progresismo. De repente, a esta clase media y ciertos sectores populares les pareció
que de verdad era posible una verdadera revolución realizada desde el Estado y
de manera democrática. Esto fue la causa de la inusitada fuerza y éxito
coyunturales del movimiento anti-taurino así como también de su fracaso para
lograr completamente la abolición de la tauromafia y para mantener su fuerza y
poder de interpelación una vez pasada la coyutura favorable. Un movimiento que
encuentra los medios y el argumento para su lucha en un actor externo es fuerte
en la medida en que lo es tal actor y en la medida en que tal actor decida no
darle la espalda. En el caso de que tal
actor sea el Estado, o peor, el gobierno de turno, o peor aún, una fracción del
gobierno de turno, la fuerza con la que se cuenta no es mucha o si lo es
resulta endeble ante cualquier giro de las alianzas entre la burguesía y las
distintas fracciones del partido oficialista, ante cualquier revés en la
legitimidad del régimen o incluso ante simpatías y antipatías particulares. En
el caso del movimiento anti-taurino este último problema se dio más adentro que
afuera ya que la envidia y los celos entre actores que se disputaban la vocería
legítima y así pretendían acumular más legitimidad para su organización
terminaron fragmentándolo.
Pero este problema no es ajeno a lo que nos
preocupa: la relación entre la “sociedad civil” y el Estado en cuanto a las
apuestas de transformación social. La disputa entre actores y las consecuentes
envidias y celos se derivan del afán de acumular legitimidad ante alguien, es
decir de situarse en una posición de negociación favorable ante un interlocutor
poderoso (en este caso el Estado) y poder interpelarlo con suficiente fuerza
como para exigirle cosas (es lo que se conoce como oportunismo). El problema es
que cuando se quiere interpelar con fuerza a alguien que te está dando el megáfono
con el que lo interpelas, bueno, como que es probable que no te tomen demasiado
en serio o en el mejor de los casos te digan “si, si, si” a todo y luego te
dejen pateado, que es lo que pasó con la lucha por la abolición de las corridas
de toros.
Esta lucha por principio no era difícil, me
refiero a que el actor más importante, el Estado (desde una política planteada
con soporte en la institucionalidad) no tenía ningún interés especial en que se
obstruya la abolición de las corridas, de hecho le hubiera resultado
indiferente, excepto por el hecho de que fue una buena treta para convocar por
el sí a una enorme cantidad de personas y movimientos organizados que estaban
esperando una coyuntura favorable para posicionar de mejor forma su
reivindicación. Esto es totalmente diferente a lo que sucedió con el Yasuní,
por ejemplo, para lo que sí pesaba un gran interés por parte del Estado y era
de tipo contrario al de la gran masa de personas y movimientos que conformaban
los “ecologistas infantiles” en palabras del mandatario. Entonces ¿qué pasó? Si
era tan fácil ¿por qué no se completó la abolición? Pues, porque el proceso
desde un inicio estuvo diseñado como un distractor y un gancho, una forma de
promocionar no solo el sí a las demás preguntas de la consulta sino a todo el
aparato de Estado como un medio válido para el ejercicio de la política desde
las bases, la llamada “democracia directa” de la revolución ciudadana.
De tal suerte que el movimiento anti-taurino,
básicamente, no logró la abolición de las corridas de toros pero sí termino
haciendo propaganda a favor del gobierno, a favor de su paradigma de
organización de la sociedad a través de la ciudadanización, la llamada “revolución
ciudadana” (disciplinamiento de la sociedad civil para lograr desarticular su
organización y obligarla a recurrir a la institucionalidad del Estado,
debilitándose por un lado y por otro fortaleciendo la capacidad de control de
Estado sobre la población). Además, el movimiento anti-taurino hoy en día se
encuentra muy disminuido debido a que, al no lograr su objetivo principal después
de años de lucha y al haber erosionado tanto su cohesión debido a la
competencia entre sus distintos actores ocasionada por el oportunismo (que, de
nuevo, también es producto de este modelo de lucha institucionalista y
domesticada) se quedó sin medios y sin argumento para convocar a los antiguos
sectores “amplios” que lo engrosaban y de los cuales si bien no procedía su
fuerza. al menos, sí eran la razón del interés y apoyo que el Estado le ofrecía
a las reivindicaciones anti-taurinas.
En ese punto radica el aprendizaje que debemos
obtener de esta triste y dolorosa experiencia: que no podemos despotricar
contra algo si hablamos con megáfono prestado a no ser que queramos correr el
riesgo de que nos lo quiten sin que hayamos acabado de decir lo que teníamos
que decir. No quiero que se me mal entienda, no digo que se debe ignorar el
papel de las instituciones y del Estado para la materialización de un sueño, lo
que digo es que hay que tener claro que ese papel no ubica a esos actores en
ningún caso de nuestro lado, sino todo lo contrario y que para obligarlos a
actuar en nuestro favor es necesario que los conminemos con todo el poder de
nuestra propia voz y nuestros propios argumentos. Las instituciones viabilizan
lo que nosotros/as exigimos porque la fuerza con que lo hacemos no les deja
opción, pero si desde el principio tales instituciones y formas políticas son
el medio, el argumento y la fuente de la fuerza de nuestra lucha, estamos
condenados al fracaso.
Hoy le queda al movimiento anti-taurino levantarse
de las cenizas de la derrota y de la vergüenza de haber confiado y crecido no
solo cogido de la mano de uno de los gobiernos más especistas y además
totalitarios que ha tenido este país, sino también de haber corrido la mayor parte
de su historia subido en los hombros de tal gobierno y de haber podido ver a
través de sus ojos, y sin embargo no haber logrado la abolición de la
tauromafia. Nos queda poco tiempo y las tareas son enormes: volver a construir
y posicionar un argumento frente a la población (el actor o conglomerado de
actores al que siempre debimos haber interpelado en lugar del gobierno de
turno) y encontrar nuevos medios para llevar a cabo tal interpelación pues los
ya utilizados no solo que resultaron ineficientes, sino que son inútiles frente
al nuevo actor al que debemos acudir. Calar en las masas para agitarlas y
movilizarlas de nuevo es la consigna, no sé si nuestro movimiento sea capaz de
llevar a cabo semejante tarea pero si no lo intentamos con todas nuestras
fuerzas la sangre de los toros asesinados en la plaza Belmonte también estará
en nuestras manos. Llego la hora de llenar los aires con el grito “No nos
moverán / hasta su libertad / por su vida y dignidad / aquí hemos de quedar”.
Eco-defensa, liberación animal y revolución social !!!
Activistas por la Defensa y Liberación Animal - ADLA
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